No te preocupes, yo me encargó de eso. Benigno Treviño colgó. Se dirigió a uno de sus hombres: —El jet se estrelló en el desierto de Sonora, sobre las dunas de Caborca. —¿Cómo están? —Efrén murió. Antonio está muy mal. —Voy para allá. —Aún no; primero tengo un encargo muy importante para ti. En ese momento entró al despacho una niña caminando lentamente, por causa de su ceguera. l. a. seguía Lu, una hermosa mujer oriental y segunda esposa de Antonio Treviño. —¿Y mi papito? —le preguntó los angeles niña al hombre. —Tu padre está bien —dijo Benigno. —No, mi padre no está bien. Acaba de sufrir un accidente. —¿Cómo lo sabes? —Lo sé. —Iremos por él y lo traeremos sano y salvo; tú no te preocupes —le prometió. El piloto a shipment del helicóptero militar discoveró los escombros del accidente sobre las dunas de Caborca. —Felicidades, teniente. Ha hecho un gran trabajo. Ahora necesito que nos baje ahí mismo —le pidió Facundo García al piloto, a quien el normal Marchena le había ordenado obedecer en todo. Facundo García fue el primero en descender del helicóptero. Desenfundó su pistola y entró a los angeles aeronave estrellada, donde sólo encontró el cadáver del piloto Efrén Rodríguez, a quien reconoció por su uniforme. l. a. sangre en los asientos le indicó que miembros de los angeles desaparecida tripulación se encontraban heridos. Fue al salir de l. a. avioneta cuando se percató del claro rastro dejado por l. a. camioneta de Mateo Valenzuela. —En este lugar estuvo una camioneta, probablemente de tres toneladas. No tiene mucho que se fue —observó García—. Teniente, lléveme a l. a. ciudad. Debo dar aviso de nuestra presencia en los angeles zona. Sargento Ramos, usted y su pelotón sigan l. a. huella de ese vehículo. —Sabemos lo que tenemos que hacer, señor —le contestó el sargento, visiblemente molesto por estar recibiendo órdenes de un policía. —¿Algún problema, sargento? —Ninguno. —Vámonos —le dijo Facundo al piloto, dándole un par de palmadas. Por los angeles noche, Emilio esperó a que todos durmieran para ir por un cuchillo a l. a. cocina. Se levantó de su catre y caminó sin hacer ruido. Tomó un cebollero que se encontraba sobre l. a. rústica mesa de mezquite crudo. Regresó a los angeles sala caminando de puntitas. Se le acercó a Camelia. Colocó el cuchillo junto a su cuello. Se acercó aún más. Alzó el cebollero. En el último instante, justo antes de bajar el brazo con todas sus fuerzas, lo detuvo l. a. sorpresiva mano de Antonio, quien encontró los angeles manera de moverse a pesar de tener una pierna inservible. Camelia y los angeles abuela de Mateo Valenzuela despertaron a causa del tumulto. —¡Quiero ver a mi mamá! —berreó de nuevo el niño, quien fue tranquilizado por doña Josefina. Antonio cayó al suelo. Había perdido sangre, producto del reciente esfuerzo. —¿Cuándo irá a llegar su nieto? —preguntó Camelia. —No debe tardar. El health practitioner vive lejos de aquí y el camino es de pura terracería —contestó Josefina, quien aún abrazaba a Emilio. —No he tenido tiempo de preguntarte cómo te llamas, hijo —le dijo Camelia al niño. —Me llamo Emilio —contestó el niño de mala manera. —¿Qué le pasó a su mamá? —preguntó Josefina.